SALA XAVIER MANTECA
Xavier Manteca Vilanova (Barcelona 1964)

Dicen que los recuerdos no son, ni de lejos, una reconstrucción fidedigna de cómo ocurrieron las cosas. Muy al contrario, nuestra memoria olvida fragmentos de la realidad, realza otros y crea, un fin, un relato personal de lo que sucedió.
Una de las cosas que he olvidado es en qué momento decidí que me gustaría encontrar un trabajo relacionado con los animales. Tampoco recuerdo la suerte de razonamiento que me llevó a tomar esa determinación, si es que hubo alguno. Lo que sí recuerdo, y muy bien, es que mi padre tuvo una influencia decisiva en todo ello y que su influencia empezó mucho tiempo antes de que tomara esa decisión. Mi padre era ingeniero y su trabajo no tenía nada que ver con los animales. Sin embargo, los animales le gustaban mucho y sabía muchas cosas acerca de ellos. Mi padre era también un gran lector y nuestra casa estaba llena de libros, muchos de los cuales -como no podía ser de otra manera- eran libros de animales. A menudo, sobre todo en las tardes de los sábados y los domingos, pasaba mucho tiempo con mi padre leyendo algunos de esos libros. Recuerdo que, muy especialmente, me gustaba leer historias y anécdotas sobre el comportamiento de los animales. Ahora tengo la sensación de que esas tardes, esos libros y la compañía de mis padres marcaron en cierto modo el rumbo de vida profesional.
Cuando llegó el momento de poder ir a la universidad dudé entre estudiar biología para especializarme después en zoología o estudiar veterinaria. El azar quiso que ese mismo año se abriera la Facultad de Veterinaria de la Universitat Autònoma de Barcelona y creo que ese hecho contribuyó a que, al final, me decidiera a estudiar veterinaria. Los años en la facultad pasaron rápido, con pocas preocupaciones y bastante tiempo libre. Hice buenos amigos, aprendí algo y disfruté mucho. Entre todas las asignaturas que estudié hubo una, la fisiología animal, que me agradó especialmente. Tal vez fuera por las cualidades docentes y humanas del profesor que la impartía o quizá fuera porque la fisiología requería entender, más que memorizar. Sea como fuere, al acabar la carrera decidí que empezaría un doctorado en el departamento de fisiología.
Una vez más el azar hizo su labor: justo cuando estaba realizando mi doctorado, la facultad decidió introducir en la licenciatura de veterinaria una materia nueva, la etología, y pedir al departamento de fisiología que se encargara de impartirla. Ninguno de los que estábamos en el departamento habíamos estudiado etología y por esa razón se decidió invitar a un profesor de la Universidad de Edimburgo a pasar unos días con nosotros para ayudarnos a perfilar el programa de la nueva asignatura. El profesor en cuestión resultó ser David Wood-Gush, que además de ser un científico extraordinario era una persona excelente. Poco antes de regresar a Escocia, David nos contó que al año siguiente la Universidad de Edimburgo empezaría a impartir un máster en comportamiento animal aplicado y bienestar animal. Creo que me faltó tiempo para decidirme y, antes de acabar mi doctorado y con una beca recién obtenida, viajé a Edimburgo.
El año que pasé en la Universidad de Edimburgo tuvo una influencia decisiva en mi vida profesional. Además de conocer Escocia y entablar nuevas amistades, tuve la oportunidad de aprender de profesores excelentes, redescubrir el placer de estudiar y, en definitiva, convencerme de que mi pasión por los animales y su comportamiento, que había empezado tantos años atrás, podía convertirse en mi profesión.
Después, habiendo regresado a Barcelona y tras acabar mi doctorado, llegarían las oposiciones a profesor de universidad y el primer proyecto de investigación sobre comportamiento y bienestar animal. Además, aunque había dado algunas clases antes de marchar a Escocia, fue al regresar cuando empecé a dedicar más tiempo a la docencia. A pesar del nerviosismo que hablar en público me causaba -y que todavía me sigue causando hoy en día- lo cierto es que fue entonces cuando descubrí que dar clases me gustaba mucho y que aún me gustaba más prepararlas.
Al primer proyecto de investigación que he mencionado siguieron otros y con ellos la oportunidad de supervisar a varios estudiantes de doctorado que querían orientar su carrera profesional hacia el comportamiento y el bienestar animal. Han sido precisamente algunos de estos estudiantes de doctorado -unos en Barcelona y otros algo más lejos- los que han acabado formando una red de relaciones personales y un grupo de trabajo que hoy por hoy constituyen el motor principal de mi actividad profesional.
Desde el día en que regresé de Escocia hasta ahora han transcurrido casi 30 años y, con ellos, un buen número de proyectos, artículos, libros y conferencias. También muchos viajes, algunos de los cuales me han permitido conocer los lugares que descubrí en aquellos libros de animales y, sobre todo, la oportunidad de conocer a muchas personas que han sido y seguirán siendo una fuente de inspiración y aprendizaje.